domingo, 8 de abril de 2012

INKARRI Y EL MITO DE LA DEMOCRACIA


(EN RECUERDO DE DANIEL ESTRADA)
Es sabido que son los mitos los que mueven la historia, movilizan a las masas humanas encarnándose en ellas y sus líderes. Los mitos son conjuntos de ideas y aspiraciones de un pueblo que  desencadenan revoluciones, saltos cualitativos en pos de un objetivo común. El mundo vive arrastrado por muchos mitos, uno de ellos es el mito del progreso o desarrollo, según el cual, gradualmente, los pueblos deben ir conquistando el bienestar económico, la justicia social, la democracia, etc., es decir, se va haciendo realidad el sueño de los  pensadores del pasado. De un modo lineal estaríamos avanzando a construir una sociedad mejor, justa,  sin diferencias, sin odio ni guerras. A ese modo de pensar se conoce como “paradigma”, que es algo así como una creencia religiosa.
 El positivismo del siglo XVIII ha marcado ese carácter  lineal incluso en el mito marxista del socialismo. Los modos de producción se perfeccionan desde la sociedad primitiva, el esclavismo, el feudalismo, el capitalismo y el socialismo, indefectiblemente. Del mismo modo a como la creencia judeocristiana nos ofrece llegar al cielo al morir, después de los sacrificios vividos en la tierra. La ideología comunista ofrece en su “Internacional” que “la tierra será el paraíso de toda la humanidad”. Fukuyama creía que el capitalismo era la sociedad más acabada y que sólo admitía ser perfeccionada ya que la historia había llegado a su fin. Es decir, el ansiado “paraíso” sería el mejoramiento del sistema capitalista mundial.
Pero, lo que se ha constatado con la caída de los paradigmas es que el proceso de la historia no es lineal, se puede estancar, incluso, retroceder; porque es complejo y funciona en forma de red.
Sea como fuere, los mitos mueven montañas, generan cambios, rompen paradigmas, por eso sería preciso construirnos uno a medida nuestra.
Tenemos muchos mitos  en nuestra historia, el más espectacular y que calza con nuestras expectativas de país y estado nación es el mito del INKARRi, el Pachacuti o Renacimento. Un mito milenarista. Según este mito, las grandezas del pasado volverán a repetirse en el futuro, por obra nuestra. Volverá renovado el tiempo del Inca, para transformar este mundo enloquecido por el capital, la usura, la explotación, el individualismo, la guerra y el crimen.
En el siglo XVII, el mito encarnado en Túpac Amaru, puso en jaque el poder colonial español y tuvo que ser ahogado en sangre, en una de las mayores expresiones de crueldad que tiene recuerdo la historia.
En el siglo XIX, el mito de la Libertad sacudió el continente y arrojó al colonialismo. Una vez libres, carentes de mitos, los pueblos sud americanos, emprendieron un periodo de luchas intestinas, caudillismo militar y caos; que fueron capitalizados por los imperios económicos en boga como el imperio británico (sabido es que el Perú perdió una parte de su territorio por causa de la guerra propiciada por los consorcios ingleses del guano y el salitre).
Después de la primera guerra mundial se alzó con el poder el imperio norteamericano y se afianzó la Revolución Rusa con el primer estado socialista del mundo. La derrota del nazismo en la segunda guerra mundial trajo consigo la dualidad de poderes entre EEUU y la URSS. La carrera armamentista, el arma nuclear y la guerra fría. En nuestros países del patio trasero del imperio, se sembró el mito de la Revolución, con el triunfo de la revolución cubana y las tentativas guerrillera del Che en Bolivia, y el Mir en el Perú. Las revueltas campesinas contra la feudalidad supérstite dieron lugar a que una dictadura militar nacionalista realice las reformas sociales más radicales como la erradicación de la feudalidad en el Perú. El gobierno de Velasco (1968 -74) enarboló una frase atribuida a Túpac Amaru: “Campesino el patrón no comerá nunca más de tu pobreza”.
El mito milenarista del INKARI, continuó en vigencia, a la endeble democracia burguesa de derecha y al fracaso de la revolución militar por traición de Morales Bermúdez, sobrevino el “Yawar Inti” o Sol de Sangre, periodo pronosticado por Luis E. Valcárcel en su “Tempestad en los Andes” todavía en 1927 e intuido por Arguedas en “El Zorro de Arriba y el Zorro de Abajo”, 1969, al no encontrar solución al conflicto entre la sociedad tradicional y colectivista de los andes, con el sistema del gran capital en expansión que hoy conocemos como globalización. Sobrevino, entonces, la hecatombe, la edad del genocidio y el crimen: el terror que cobró setenta mil muertos, la mayoría civiles, atrapados entre el fuego de insurgente y contrainsurgentes.
En un contexto de guerras por el dominio de los hidrocarburos y la crisis cíclica del sistema económico mundial, la caída del bloque comunista que no pudo sobrevivir a sus contradicciones burocráticas internas y a la competencia del imperialismo occidental, se sucedieron en el Perú gobiernos signados por la corrupción, el narcotráfico, el crimen por encargo, el negociado de todos nuestros recursos naturales: minerales, gas, petróleo, en beneficio de las cúpulas detentoras del poder, a través de “faenones” o la descarada compra de conciencias con fajos de dólares del narcotráfico.
En el Cusco, un hombre  encarnó el mito, recuperó un  expectante lugar para su pueblo en la historia. Daniel Estrada, fue el último líder de masas, como antes fueran Huamantica y Herrera Farfán; Daniel, enarboló el “Cusqueñismo” y el neo indianismo como doctrina, pero fue asfixiado por el centralismo limeño y la política criolla.
 Hoy, el “mesías” nacionalista, llevado a la presidencia por voto popular, que ofreció en su campaña limpiar este establo de Augias y barrer la corrupción en el Perú, se ha pasado con armas y todo al lado contrario, a la otra vereda, dejando huérfano a su pueblo.
Pobre Perú, deshonrado, abatido, al pie del orbe, en la encrucijada de su historia.
¿Cuánta sangre más correrá para el retorno del Inkarri?
Cusco 01 de marzo del 2012.
Julio Antonio Gutiérrez Samanez

1 comentario:

  1. Acabo de regresar del Cusco, luego de una decada, y lo que he visto me llena de orgullo y optimismo. Hay un gran desarrollo economico pero sobretodo social, que se extiende hasta las provincias cusqueñas. Los habitantes actuales de esta gran urbe estan demostrando que la tradicion y las costumbres heredades de sus milenarios ancestros no tienen por que entrar en contradiccion con la modernidad, sino que por el contrario esta le ofrece mayor auditorio y repercusion universal. Son menos cada vez quienes siguen fijados a esquemas ideologizados que nada tienen que ver en realidad con la historia real del Cusco.

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